martes, 22 de julio de 2008

La muerte y la doncella


La muerte y la doncella son el mismo titulo de dos cosas distintas: una es un quinteto de Schubert mediante el cual el maestro inaugura la modernidad musical, la otra es una película de Polansky en la que una desquiciada superviviente de torturas en alguna dictadura sudamericana se encuentra por casualidad con su torturador, la pelicula describe los pasos en que el deseo de venganza se articula con la moral democrática encarnada por un marido abogado comprometido con la causa de los desaparecidos pero que en la actualidad espera un cargo político en el recién inaugurado gobierno democrático, el mismo que se supone debe instaurar la justicia y devolverles a las victimas su dignidad.
La película -que discurre en un entorno claustrofóbico- reproduce la escenografía de un juicio singular, puesto que es el marido el que debe defender al cautivo mientras que la parte fiscal corre a cargo de la torturada que está segura de que a pesar de los cambios fisionómicos que el tiempo ha provocado aquel hombre es su torturador, que la violó sistemáticamente durante su cautiverio y que la humilló, torturó e interrogó mientras duró su secuestro para que delatara al que precisamente hoy es su marido, un flamante ministro de justicia en ciernes.
La tesis de la película es bastante simple: la justicia tan y como la entendemos en entornos democráticos nada tiene que ver con las necesidades de restitución de las victimas. Todo pareciera indicar que la justicia no está hecha para devolverles a las victimas su dignidad sino más bien para asegurarse de que los delincuentes cuenten con todas las garantías que el Estado de derecho les reconoce, incluyendo el derecho a mentir.
Es precisamente el derecho a mentir de los acusados lo que se opone a la restitución de la dignidad de las victimas que casi siempre y como sucede en la película de Polansky no persiguen directamente la justicia en el sentido de reposición que proporciona la pena ni mucho menos la venganza mosaica del diente por diente, las victimas persiguen el derecho a perdonar a sus agresores.
Y es eso precisamente lo que no pueden hacer en tanto y cuanto sus agresores de ayer siguen siendo sus agresores de hoy legitimados por el derecho a no reconocerse como agentes del mal causado. No es posible perdonar a quien no muestra signos de arrepentimiento y que además niega ser el autor del atropello buscando su defensa en la negación de las evidencias.
La justicia es un mal compañero psicológico de las victimas de todas las especies, pues no sólo no restituyen el daño recibido sino que se empeñan -en defensa de su propio discurso- en reavivar y reverdecer las heridas en bien de la defensa de los derechos de los agresores.
Por eso, porque conoce muy bien los recovecos del sistema de justicia de su país, Paulina (Sigourney Weaver en la película) decide - no tanto tomarse la justicia por su mano- sino conseguir lo único que puede consolarla del daño recibido: la confesión de su agresor. Y lo hace sometiéndolo a una tortura parecida a la que ella misma recibió: a través del secuestro y la intimidación cuando no de la tortura física.
Pero al final consigue sus propósitos y consigue una confesión en regla que la deja satisfecha a cambio de dejar al agresor en libertad, el final de la pelicula es una escena familiar donde ambos matrimonios coinciden en el concierto del quinteto de Schubert, el mal ha sido exorcizado y la verdadera justicia se ha impuesto a esa especie de discurso vacío que nuestros Estados democráticos han implantado para la misma: una verdad formal que no logra contentar a nadie y que consigue que cualquier ciudadano que haya sido victima de una agresión se lo piense dos veces antes de meterse de lleno en ese submundo juridico donde las cosas pueden torcerse de tal modo que llegue a parecer que la victima es la causante del daño que en cualquier caso nunca tendrá reparación.

Si la justicia y la psicologia humanas andan divorciadas lo mismo sucede con la información y la verdad. Hoy mismo ha tenido lugar en Castellón un accidente de tráfico del que han dado cuenta los informativos de todo el Estado precisamente por la brutalidad de la colisión (esta es la noticia)
frontal que ha tenido lugar cuando un vehiculo de alta cilindrada ha invadido por razones que se desconocen (sic) el otro carril arrollando a cuatro ciudadanos que por alli, en su dia de mala suerte, pasaron.
La noticia -que parece una más en el verano- carecería de interés si no pusiera sobre la mesa, el tema de los suicidios al volante, más conocidos como conductores kamikazes, una epidemia en nuestro país similar a lo que se conoce con el nombre de violencia de género y que está emergiendo a marchas forzadas.
Es muy poco probable que lleguemos a saber si se trataba de un suicidio o no, pero al igual que en el caso de la pelicula de Polansky creo que lo que está en juego es otra cosa: el sentido de la responsabilidad y sus relaciones de vecindad con la culpa y sus exenciones.
En este caso me refiero al sentido de responsabilidad de los informativos, concretamente de canal 9 que aseguraron que al parecer el conductor que perdió el control de su vehiculo y que invadió el carril contrario padecía "problemas psicológicos"
Alguien debería decirles a estos periodistas que cuando sucede algo asi, si se apela a problemas psicológicos se está justificando un crimen, o dicho de otro modo se está erosionando el sentido de la responsabilidad de los que escuchan la noticia, puesto que si alguien tiene problemas psicológicos todos tendemos a pensar que esa persona estaba enferma mentalmente y entonces todo queda explicado pues para el sentido vulgar la enfermedad mental exime de la responsabilidad individual.
Claro que la trampa informativa está precisamente en esa frase "problemas psicológicos", ¿qué significa exactamente esa frase? ¿una enfermedad mental ya diagnosticada? ¿qué iba borracho o drogado? ¿que era un disidente politico?¿o que era un tipo intratable?
Bajo ese epígrafe de "problemas psicológicos" cabemos toda la población, pero aunque los medios de comunicación tienen la obligación de informar no están obligados a decir toda la verdad, no tienen porque disminuir el umbral de responsabilidad de los ciudadanos haciendo alusión al enlace entre el accidente -claramente criminal por la velocidad a la que se desplazaba el vehiculo- y los problemas psicológicos, que en cualquier caso no son una justificación para ir a una determinada velocidad.
Y una predicción: estos accidentes proliferan en función de la publicidad que se hace de ellos, ¿no existe ya una epidemia de kamikazes que han descubierto como dar sentido a su muerte ya que no la encontraron para su vida?
Cada vez que un periodista alude a problemas psicológicos no solamente miente,- puesto que en todo caso tendría que hablar de enfermedades psiquiátricas-, sino que está dando una justificación e ideas a los que mañana invadirán el carril contrario.
Pero en nombre del sagrado derecho a la libertad de información habremos de callar. Otro sacramento como la sagrada justicia democrática que nunca restituye nada.

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Mito, narrativa y salud mental