miércoles, 31 de octubre de 2007

La palabra sagrada

Las notas musicales, tomadas de una en una no significan nada, porque el cerebro (nuestro hemisferio izquierdo) está diseñado para reconocer patrones y no notas sueltas, sin embargo tomando las notas de una en una es posible hacerlas funcionar como un mantra, como una vibración (aksara), algo que se opone al Logos (palabra) y desposeerlas de su poder contextualizador, asociativo, es entonces cuando el cerebro izquierdo se amortigua y con él la capacidad reflexiva que nos impide apresar las grandes verdades que se ocultan tras lo incierto, lo impreciso, lo analógico.

Toda la música se basa en la repetición, sin repetición no habría evocación y por lo tanto sería dificil para el profano distinguir una melodia de otra, por eso las canciones populares tienen un estribillo que se repite al menos dos veces con distinta letra, esa repetición es la esencia misma de la música que se aprovecha de la capacidad del cerebro izquierdo para reconocer patrones. Algo más complejo es el caso del mantra de Hey Jude, de los Beatles, que se repite al final de la canción en aquel lalalalalalalala que se ha hecho famoso y que supone una ruptura canónica con la musica ligera, aqui los Beatles toman el mantra como principio de repetición y lo hacen al final de una canción que por otra parte tiene una estructura muy convencional.

Esta:





Pero el lenguaje convencional es fraudulento, engañoso y pocas personas saben que cuando hablan o piensan en realidad están rindiendo honores a la dramaturgia. Novalis lo dijo afirmando que "hablar por hablar es lo unico que podemos hacer de serio en la vida", se referia a las conversaciones banales, improvisadas, antiutilitarias, esas que mantenemos en la cafeteria o en la peluqueria. Hay más rigor ahi que en todos los discursos, comentarios, foros o conferencias, porque ahi está la simulación plenamente instalada y reconocida, no existe disociación entre el Yo que habla-piensa y el espectador que sonrie, o se muere de risa.

Dice Novalis:


"Causa sorpresa que la gente en virtud de un risible error crea que habla por las cosas mismas"


Efectivamente las cosas mismas no hablan, están mudas, porque es el ser consciente quien habla, quien recrea, quien entona o declama, el depositario del énfasis, de la silaba desde donde emanan el resto de sonidos que encadenados entre si tejen una trama con sentido, con sentido semántico, Fuera de la forma, fuera de la literatura no existe sino conversaciónes banales, pero tambien existe el aksara, la vibración sagrada, matriz de todas las formas, un silencio que opera como pantalla de los significados, de todos los significados, es por eso que el silencio es tan intolerable y es por eso que el silencio en ocasiones es mortifero como una arma cargada de infinitas intenciones, aquel que sólo habla y nunca escribió o calló, no terminó de meterse en el yugo que encadena los bueyes a las formas y es prisionero de la normalidad.

lunes, 22 de octubre de 2007

La agresión sexual: un enfoque evolutivo

La agresión sexual es una excepción en la naturaleza pero es muy frecuente en nuestra especie, la explicación de este fenómeno desde el punto de vista evolutivo es compleja, por una parte se ha señalado (Thornhill & Palmer, 2000) que la violación y la supervivencia de esta estrategia en nuestra especie actual se debe a que los hombres que adoptan esta conducta deben encontrar alguna ventaja en la misma, en el sentido de una mayor supervivencia de sus genes. Personalmente no creo en esta teoría, por la razón siguiente. La violación sólo puede definirse en la especie humana, dado que en el resto de las especies no existe una pulsión sexual disociada de la reproducción, las hembras son inaccesibles fuera del estro y cuando lo son no hay manera de definir claramente lo que es de lo que no es violación, ya he dicho que no hay sexo sin agresión.

Lorenz ha descrito en los gansos una conducta de violación que sucede cuando dos gansos forman una coalición de amistad: una coalición que desde el punto de vista territorial es muy potente, superior a la de cualquier pareja heterosexual. Este entramado de amistad llega a parecerse en casi todo a una unión homosexual, hasta que una hembra hace su aparición en escena y uno de los gansos "la viola", pasando poco después a formar parte de esa extraña coalición à trois. Lorenz interpretó este triángulo como una reorientación sexual de la pareja de "gansos homosexuales" incapaces de copular entre ellos, pero también puede ser interpretado como una forma de poliandria. Seguramente esta coalición à trois representa muchas ventajas para la hembra elegida ¿podemos entonces hablar de violación?

Si en la especie humana la violación fuera una estrategia copulatoria evolutivamente estable en el sentido de Trivers sería la regla y no la excepción, dado que los machos podrían así eludir el pago o el costo de sus cópulas, por no hablar de sus compromisos de nursing. Además podría haberse inventado inmediatamente una contraestrategia evolutiva que sería incluso mejor: las hembras podrían dejarse violar, con lo que los genes de los violadores se extinguirían a favor de las hembras "que quieren ser violadas". Ninguna de las dos cosas ha sucedido, y aunque las fantasías de violación son constantes en las hembras humanas, no resulta así en sus conductas prácticas de donde puede deducirse que violar hembras no es una estrategia evolutivamente estable, lo mismo sucede con el canibalismo que es una estrategia alimentaria prácticamente extinguida.

El problema a mi juicio depende de la misma definición de la palabra violación, que supone una conducta copulatoria forzada contra la voluntad de la hembra, una definición más cercana al mundo jurídico que al biológico. ¿Qué podría significar en el paleolítico cuando aun no existía el derecho a la libertad sexual, copular contra la voluntad de la hembra? No me es posible imaginar qué sentido tendría en el paleolítico este constructo; en medio de una horda primigenia la conducta que hoy llamamos violación. Lo que quiero decir es que en aquella época casi todos los coitos podrían ser considerados así observados con los ojos del hombre de hoy, en tanto que las relaciones sexuales están y con más razón debieron estar casi siempre presididas por las relaciones de rango y dominancia. Es muy poco probable que los machos pidieran permiso a las hembras para copular y es también dudoso que estas se sintieran forzadas en un mundo donde otras amenazas y carencias estaban en primer plano y donde el coito debió ser el pago con que las hembras subordinadas compensaban sus aportes alimentarios, el cobijo y la protección de sí mismas o sus crías. Si el sexo forzado acabó evolucionando hacia el sexo consensuado e incluso hacia la monogamia es porque aquella estrategia no era lo suficientemente buena y podía mejorarse.

La fusión entre ambos programas - dominancia y reproducción - con la necesaria regresión filogenética es lo que probablemente sucede en el violador actual, aunque es necesario contemplar otras circunstancias.

Entre los agresores sexuales se ha señalado (Malamuth 1996), la deprivación sexual como un factor causal de la agresión. Los hombres prefieren mayoritariamente las relaciones sexuales a corto plazo y es precisamente en ese terreno donde tienen problemas de agresión con sus parejas quizá debido a que sus estrategias de preferencia (el corto plazo) les lleva a sufrir dificultades periódicas en el acceso sexual, al que las mujeres por lo general no acceden fácilmente. Otros por el contrario no tienen problemas en encontrar parejas eventuales pero si los presentan a la hora de retener a sus parejas que sólo consiguen mediante la intimidación. Todo parece indicar que las estrategias a corto y a largo plazo en la seducción de parejas difieren en relación con el sexo y se trata de un programa genético distinto a la retención de la pareja a largo plazo y que identifica dos grupos distintos de machos maltratadores

Ambos patrones parecen corresponderse con dos dimensiones de la personalidad entre los hombres: al primero le llamaremos modo indiferenciado, se caracteriza por el énfasis que realizan en su búsqueda de contactos sexuales a fin de mantener su autoestima y la medida de éxito con sus pares, al segundo le llamaremos hostil, combina inseguridad, hipersensibilidad y un placer en dominar sobre todo a las mujeres. Los dos modelos, sobre todo el segundo tienden a acumular decepciones y una historia de rechazos por parte de las mujeres en el corto plazo. Los hombres que acumulan este tipo de percepciones de humillaciones y manipulaciones en su historia relacional con mujeres tienen mas riesgo de resultar agresivos con ellas dado que han llegado a inhibir la empatía y la simpatía necesarias que son los afectos que inhiben la agresión en el ser humano.

Al margen de la teoría de la deprivación, se ha intentado explicar la agresión sexual desde la teoría del rango (Price 1967) Para reproducirse el hombre tiene que competir con otros machos para ganarse el derecho al sexo. ¿Es posible entender que los violadores sean precisamente los perdedores en esta competencia entre machos?. En mi opinión es muy posible especular que son aquellos que han caído en lo más bajo de la jerarquía social a través de su incompetencia con otros machos, los que reorientan su agresión intrasexual hacia los más débiles sean hembras o niños. Se ha especulado (Eibl-Eibesfeldt, 1990) que también en la pedofilia y en ciertas practicas sadomasoquistas lo que se persigue es la fusión entre los programas de rango y sexualidad tratando de recuperar con las víctimas lo que se perdió en la competencia con otros machos a partir del arousal o excitación que procede de las relaciones de rango, superioridad o autoridad

En este sentido, pues, la agresión sexual sería el resultado de una reorientación de la agresión, en un sentido menos social y caballeroso que los pececillos de Lorenz, en un sentido más humano y deshumanizado: una agresión que va del macho a la hembra, del fuerte al débil, del poderoso al necesitado.

A menudo nos olvidamos de que la sexualidad humana sea reproductiva o no, está presidida por una serie de rituales reptilianos relacionados con el rango y la jerarquía, quizá las sociedades civilizadas hayan blanqueado de tan forma las reglas del juego que las hagan irreconocibles para determinados individuos que no saben a qué atenerse con respecto al acceso a las hembras, confundidos de tal manera determinadas personas pueden hacer regresiones a situaciones filogenéticas donde el sexo sólo puede ser entendido como algo forzado. Este tipo de confusión y frecuentes desencuentros se deben a dos factores: el primero es que el número de mujeres disponibles en el corto plazo es sensiblemente menor que el de varones por lo que las oportunidades de tener éxito es mayor para las mujeres, el segundo argumento es que se producen interferencias entre las estrategias de los hombres y las mujeres, según busquen parejas para el corto o el largo plazo, significa que la estrategia del uno interfiere en la estrategia del otro, y da como resultado una decepción, humillación y el consiguiente rencor (Buss 1999)

El acceso a las hembras en nuestras sociedades opulentas parece estar presidido por una serie de reglas secretas que casi todo el mundo respeta y conoce intuitivamente aunque casi todo el mundo niega u oculta. Buss las agrupó en 1994 a partir de un análisis transcultural de las preferencias en la elección de pareja:

1.- Las hembras humanas resultan atraídas por el estatus social de los hombres (con alguna divergencia entre si el flirt es a corto plazo o a largo plazo (Buss 1988) y la superior edad (Grammer 1995). Estas preferencias no tienen relevancia en la elección sexual de pareja de los hombres

2.- Los hombres buscan relaciones con parejas anónimas, desconocidas mientras que las hembras entienden que los machos desconocidos son una amenaza en el corto plazo (Lewis et alt 1995) .Tanto en el corto como en el largo plazo los hombres buscan mujeres jóvenes y sumisas (citado por Mc Guire y Troisi, op cit)

3.- Las mujeres hacen continuamente balance entre su tarea reproductiva y sus labores de nursing cuando eligen pareja con independencia de que hoy la reproducción sea electiva, la elección de la mujer viene dictada por la presión evolutiva de sus programas genéticos y por tanto su elección de pareja viene determinada a partir de esa presión selectiva. El número disponible de mujeres que buscan relaciones sexuales a corto plazo es sensiblemente menor que el de los hombres. Si a eso añadimos que los hombres de mayor rango acaparan dos o más mujeres, significa que existen muchos hombres que no consiguen mantener relaciones a corto plazo con ninguna mujer.

4.- El hombre, tiene que disponer de un cierto “patrimonio” para hacer frente al pago o costo que la mujer le exigirá antes de confirmarle como pareja o acceder al coito con él. Hacer regalos, proporcionar comida, la destreza en construir nidos o excavar una buena madriguera son las demostraciones que los machos, en toda la escala animal deben de acometer antes de ganarse el derecho a reproducirse.

Todas estas reglas enunciadas pueden resumirse, en nuestra especie a una regla fundamental: sólo la mujer sabe cuando o a qué precio cederá (Bataille, 2000). El hombre no puede hacer nada sino competir con el resto de los machos acumulando bienes, destrezas, habilidades de seducción que muy a menudo son engaños, o rango social que por si mismo resulte un buen reclamo para las mujeres, y eso es lo que hacen , la mayoría de ellos con mayor o menor éxito y criterio.

Otros, más confusos optan por el recurso de la dominancia y es ahí precisamente donde se encuentran la gran mayoría de agresores sexuales, tanto en el corto como en el largo plazo, aunque existen dos motivaciones bien diferentes. El agresor sexual a corto plazo, aquel que tiene problemas para seducir a una pareja sexual opera por rencor, mientras que el agresor a largo plazo, es decir aquel que tiene problemas para retener a su pareja lo hace por celos. El recurso a la intimidación que podemos contemplar en las relaciones de rivalidad agonística entre machos es precisamente el recurso que algunas personas utilizan para el control de la conducta de sus esposas o parejas sexuales. Este patrón que ha sido señalado repetidamente por distintos autores da cuenta de la universalidad de este tipo de reacción aventurándose (Wilson y Daly 1982) a especular que es precisamente la incertidumbre del macho respecto a su progenie la causa última, en el largo plazo, de este desesperado intento por controlar la conducta del partenaire, así como la causa de los celos que según los autores señalados son los responsables de la mayor parte de las agresiones sexuales en parejas institucionalizadas, una amenaza que es posible predecir a partir de ciertos parámetros culturales como son: la edad de la mujer, el índice de divorcios o el grado de independencia de la mujer.

Aparte de la ausencia de depredadores nuestra especie se encuentra con otro problema adicional y es que los rituales - programas genéticos- que gobiernan nuestras relaciones con los demás se han visto sometidos a cambios culturales que han terminado por dejar el escenario de nuestras posibilidades con respecto a la agresión más vacío que la nevera de un soltero, ya he hablado de la posible reorientación que afecta a la agresión intrasexual entre machos en dirección hacia las hembras.

En ausencia de esos rituales inhibidores que podrían socializar la agresión individual el hombre no puede sino manejarla con sus propios medios intrapsíquicos, puede reprimirla, desplazarla o transformarla en categorías opuestas o, si todo fracasa efectuar regresiones puntuales, es decir retrotraerse a escenarios filogenéticos más antiguos, a fin de evacuar su agresión, bien proceda del miedo, del odio o como es más frecuente en el hombre moderno de la desesperación, una forma de agresión que procede de la confusión y la perplejidad, de no saber cuales son las reglas que gobiernan el acceso a las mujeres.

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martes, 16 de octubre de 2007

¿Existen los tios buenos?


Antes -cuando yo era joven- solo las mujeres merecían el calificativo de "tia buena", asi se acuñó el neologismo tiabuena, en el que se clasificaban a aquellas mujeres que tenian un cuerpo imponente por más que su cara no estuviera adornada por la mayor de las bellezas, eramos tolerantes con las caras por asi decir. De este modo cualquier mujer podia adherirse a este rótulo de tiabuena que no se sabía muy bien qué es lo que significaba si bien todos los albañiles del mundo pudieron en su momento y a través de una subjetividad proletaria incluir en ellas a todas las mujeres con excepción de su santa esposa, claro. Efectivamente, en un momento dado de la historia de España todas las tias estaban buenas y no como ahora que son simplemente chicas monas que antes nos parecian monumentos. El feminismo ha ido en contra de los albañiles como es natural pero tambien contra el natural de las mujeres que son todas bellas de por sí, pues la Belleza es femenina como el Deseo es masculino, diré más: ellas son más bellas que ellos que son todos -somos- horrorosos y si no me creen que me lo pregunten a mi que he salido del armario hace mucho tiempo y soy "hetero", es decir que soy como un albañil siendo como soy un ilustrado.
Ahora ellas se han dejado engatusar por el discurso de la igualdad y llaman tiosbuenos a cualquier cosa en calzoncillos que lleve músculos y con ello han terminado por quitarse de enmedio en su valor más universal extendiéndolo a los albañiles que de tanto creérselo han dejado de piropearlas y ellas al parecer se conforman solo con ser chicas monas o al menos de sacar buenas notas que es asi como ellas tienden a competir con los albañiles que otrora les lanzaban arrumacos cuando pasaban por la calle.
Y para demostrar que es cierto lo que digo Calvin Klein ha lanzado esta campaña de calzoncillos donde se demuestra que la belleza que otrora fagocitaron las mujeres por derecho propio está ahora en manos de la metrosexualidad. ¡Viva la igualdad!
¿Qué haremos ahora para ser diferentes?

jueves, 4 de octubre de 2007

El ágora y la arena

Parece tratarse de una constante etológica: los machos compiten entre si por copular con todas las hembras que les sea posible. Y lo hacen siguiendo rituales complicados y periódicos relacionados con el estro de las hembras, lo hacen a través de paradas.

Una parada es aquella parte del territorio destinada al apareamiento, no se trata de un lugar físico y común para todas las especies, es probablemente más un hito temporal que un espacio. La parada se efectúa para el lucimiento- demostración de los machos a fin de ganarse la cópula con un buen número de hembras. Para ello se disponen en el centro de la manada, un orden cerrado que nos recuerda a una parada militar, la arena, el lugar de la demostración y el desafío, mientras las hembras contemplan las peleas a distancia con disimulado interés y los machos adolescentes quedan en la periferia del rebaño, el ágora. Contrariamente a lo que sucede en las especies donde las hembras eligen a sus parejas, podemos afirmar que el ritual de la arena sólo es posible ser observado en aquellas especies donde es el macho el que elige, el vencedor.

Quien haya ido a una discoteca con ánimo etológico habrá caído en la cuenta de hasta qué punto los seres humanos en determinados lugares nos comportamos como rebaños de ñus. Quizá los más sagaces hayan observado como el centro (la pista de baile) es ocupada, después de vencer ciertas timideces iniciales por los más demostrativos de los individuos, mientras los más tímidos permanecen en la barra (el ágora) observando a los bailarines y escrutando sus intenciones de apareamiento. Con excepción de las peleas (que a veces también pueden darse en esos lugares) todo está dispuesto para la parada, con una salvedad: a diferencia de los ñus, son las hembras humanas las que se exhiben en el centro, mientras los machos permanecen a la expectativa. Esta diferencia me parece pertinente ahora obviarla en tanto que mi argumento va en la dirección de señalar que en los animales la competencia entre machos es decisiva para reproducirse, dado que el establecimiento demostrativo de un determinado rango/territorio es absolutamente necesario para que un macho sea elegido por un puñado de hembras para prestarle sus favores sexuales. Por más sutiles que podamos resultar los humanos podemos concluir que tanto en los animales como en nosotros, el alarde tiene como finalidad no sólo la seducción de las hembras, sino también la de espantar al resto de los machos, dado que los machos- conviene no olvidarlo- compiten por todas las hembras contra todos los machos.

Seducción y alarde se contrabalancean en cualquier parada sexual, dando oportunidades a los teóricamente más fuertes o a las más pizpiretas y seductoras.

Alardes de trote, de vuelo, de plumaje, de graznidos o de danzas en ellos y seducción mediada por la huida, la retirada o el aplazamiento en ellas, establecen un ritual poderoso que opera como juegos precopulatorios, necesarios tanto para ellas - comprobar la destreza del macho- como para ellos: comprobar la disponibilidad sexual de la hembra o que no está embarazada, un error que podría llevarle - al macho- según en qué especie a cargar con los hijos de otro macho (Dawkins 2000) y lo peor: cargar con una hembra no disponible sexualmente.

Estos alardes intimidatorios alejan a aquellos individuos tímidos que no se sienten en condiciones de competir: bien porque prefieren esperar una oportunidad mejor, bien porque no se encuentran maduros para el sexo en su dimensión mas competitiva, bien porque son demasiado miedosos. Algunas veces se han interpretado estas conductas en clave altruista: algunos individuos prefieren cuidar de la prole ajena y renuncian a reproducirse. Personalmente no creo demasiado en esta teoría, sino que creo más bien que la reproducción en la naturaleza es un premio que la evolución concede a los más dotados que en su constante alardeo de fuerza y seguridad logran espantar al resto de sus potenciales competidores al ágora, a un lugar alejado del centro, donde permanecerán durante toda la marcha de la manada a través de la sabana, resultando una presa fácil para cualquier depredador. Se trata de la carne de cañón de las manadas.

Ser vencido es pues peor que no competir, dado que nadie puede saber cuales son las potencialidades del macho tímido que no pelea o alardea y se mantiene a la expectativa. Todo individuo se manifestará en relación con su programa cerebral de apareamiento, un programa que muchas veces aconseja esperar a adquirir determinadas destrezas en la pelea o un tamaño que por si mismo pueda resultar amenazante. En otras ocasiones asumir el riesgo de sufrir daños puede ser la estrategia mejor para quedarse con los bienes del macho dominante. En otras, la prudencia aconsejará esperar a que otro tome la iniciativa por sí mismo y quedar al acecho para el reparto del botín.

Apaciguar a un macho dominante puede parecerse mucho a una conducta homosexual y de hecho muchos machos de diversas especies lo hacen: la sumisión desactiva la agresividad "paranoide" de los machos dominantes tanto si es ejercida por una hembra u otro macho. En ocasiones, el macho dominante no tiene forma de conocer el sexo de su congénere, al que acabará reconociendo precisamente por su cualidad sumisa como una hembra, lo que inmediatamente desactivará su agresión (Lorenz 1971). En situaciones de cautividad o de escasez de hembras pueden verse conductas similares a las homosexuales, sobre todo en el nivel demostrativo que no terminan en coito sino que constituyen una especie de simulacro. Otras veces el vinculo amistoso entre dos machos puede reportarles a ambos beneficios en el rango social, una amistad que muchas veces podemos confundir con homosexualidad. Lorenz ha descrito en gansos amistades inseparables que intentan copular sin éxito, pero que aun así, tal imposibilidad no termina con la amistad previa e incluso tiene evolutivamente hablando algunas ventajas: una pareja de machos siempre prevalecerá sobre cualquier pareja heterosexual siempre y cuando no renuncien a reproducirse, asi entre los gansos no son excepcionales los triángulos de dos machos y una hembra.

lunes, 1 de octubre de 2007

Maldad antigua, maldad moderna

La maldad no es una entidad clinica sino moral y conviene no confundirlas. Cómo siempre sucede con las entidades morales siempre proceden de otro, es el otro el que adjudica ese "valor" a alguien, en realidad ningun malo se reconoce como tal a no ser que sea un neurótico como los de antes o un psicotico melancólico. Los neuróticos de antes se sentían culpables como Woody Allen incluso por faltas que nunca cometieron: fueron quizá victimas o simples espectadores forzados pero daba igual, porque ellos se sentían responsables de los demás. Pero eso era antes porque ahora la gente ya no se siente culpable de nada y por varias razones, la principal de estas razones es porque ya nadie es educado con el peso de la falta sino del derecho a cualquier cosa, podriamos decir que lo que falla es nuestra cultura es la ley del padre, pero para abreviarlo más diré que Woody Allen fué educado bajo el peso de una estricta ley y que ahora esa ley no escrita ha desaparecido o al menos se ha debilitado.
La modernidad ha consistido en enfrentarse y aniquilar estas leyes patriarcales que siempre gozaron de mala fama. Alguien decidió que la mejor manera de ser felices era oponerse a esas leyes y no tener ni saberse culpable de nada, el combate contra la modernidad ha consistido pues es una atmósfera de irresponsabilidad, de alejamiento de cualquier culpabilidad subjetiva. Esta desculpabilización se defiende en múltiples espacios de la postmodernidad, incluso en revistas banales de moda y cosmética hay espacios que animan a que la gente se "libere" de la culpa al tiempo que mejora la autoestima, para muchos psicólogos positivistas la gente sería más feliz si se liberara de las culpas atávicas que siempre proceden -claro está- de la represión del goce sexual, algo que se consigue mediante el conocido proceso de "aprender a decir no", de la asertividad como se dice ahora.
Lo que no saben esos exégetas de la libertad de conciencia es que detrás de la culpa hay un monstruo mucho peor, el monstruo de la angustia, es decir que si no somos capaces de sentir culpa por lo que hicimos o pudimos hacer en el pasado estamos condenados a sentir angustia por lo que podemos hacer o hacemos en el presente, nos convertimos asi por arte de magia en personas angustiadas perpetuamente por nuestros goces actuales. De manera que Kierkegaard en parte tenia razón y el que liquidó el pecado inventó la angustia que es un no saber, un no conocer, un no querer saber, una especie de tomatina psiquica.
El sintoma antiguo - el sintoma de Woody Allen- era un conflicto entre la pulsión y el Superyó, pero el sintoma actual -una vez licenciado el Superyó- es un conflicto entre la pulsión y la realidad. Al liberarse todas las virtualidades del deseo el sujeto queda apresado en la paradoja de que debe enfrentarse por sus propios medios a esa instancia de la realidad que es una playa de vacaciones donde cualquier goce no sólo es posible sino legítimo. El individuo con un Superyó debilitado por la complaciente educación carece de los suficientes mecanismos de sublimación con lo que queda atrapado entre su albedrio y ese límite que solo está en la realidad pero que carece de franquicias en su interior.
Es por eso que la gente parece más mala ahora que cuando entonces Woody Allen era joven, no es que ahora seamos más agresivos, es que carecemos de ese colchón de seguridad que era el Superyó, lo imaginario y la represión. Confrontados con la realidad de que cualquier goce es admisible el ser humano postmoderno cae preso en la trampa que los movimientos de liberación que sucesivamente han socavado esa vulnerable instancia que hace que el hombre se controle a si mismo.
Por eso paracemos más malos pero lo que estamos en realidad es más confundidos, alienados y desesperados pidiendo a gritos que alguien se haga cargo de nuestra vida.
Y corremos el riesgo de que cada vez más el Estado intervenga en nuestra vida, de momento no nos dejan fumar más que en en la calle.

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