lunes, 1 de octubre de 2007

Maldad antigua, maldad moderna

La maldad no es una entidad clinica sino moral y conviene no confundirlas. Cómo siempre sucede con las entidades morales siempre proceden de otro, es el otro el que adjudica ese "valor" a alguien, en realidad ningun malo se reconoce como tal a no ser que sea un neurótico como los de antes o un psicotico melancólico. Los neuróticos de antes se sentían culpables como Woody Allen incluso por faltas que nunca cometieron: fueron quizá victimas o simples espectadores forzados pero daba igual, porque ellos se sentían responsables de los demás. Pero eso era antes porque ahora la gente ya no se siente culpable de nada y por varias razones, la principal de estas razones es porque ya nadie es educado con el peso de la falta sino del derecho a cualquier cosa, podriamos decir que lo que falla es nuestra cultura es la ley del padre, pero para abreviarlo más diré que Woody Allen fué educado bajo el peso de una estricta ley y que ahora esa ley no escrita ha desaparecido o al menos se ha debilitado.
La modernidad ha consistido en enfrentarse y aniquilar estas leyes patriarcales que siempre gozaron de mala fama. Alguien decidió que la mejor manera de ser felices era oponerse a esas leyes y no tener ni saberse culpable de nada, el combate contra la modernidad ha consistido pues es una atmósfera de irresponsabilidad, de alejamiento de cualquier culpabilidad subjetiva. Esta desculpabilización se defiende en múltiples espacios de la postmodernidad, incluso en revistas banales de moda y cosmética hay espacios que animan a que la gente se "libere" de la culpa al tiempo que mejora la autoestima, para muchos psicólogos positivistas la gente sería más feliz si se liberara de las culpas atávicas que siempre proceden -claro está- de la represión del goce sexual, algo que se consigue mediante el conocido proceso de "aprender a decir no", de la asertividad como se dice ahora.
Lo que no saben esos exégetas de la libertad de conciencia es que detrás de la culpa hay un monstruo mucho peor, el monstruo de la angustia, es decir que si no somos capaces de sentir culpa por lo que hicimos o pudimos hacer en el pasado estamos condenados a sentir angustia por lo que podemos hacer o hacemos en el presente, nos convertimos asi por arte de magia en personas angustiadas perpetuamente por nuestros goces actuales. De manera que Kierkegaard en parte tenia razón y el que liquidó el pecado inventó la angustia que es un no saber, un no conocer, un no querer saber, una especie de tomatina psiquica.
El sintoma antiguo - el sintoma de Woody Allen- era un conflicto entre la pulsión y el Superyó, pero el sintoma actual -una vez licenciado el Superyó- es un conflicto entre la pulsión y la realidad. Al liberarse todas las virtualidades del deseo el sujeto queda apresado en la paradoja de que debe enfrentarse por sus propios medios a esa instancia de la realidad que es una playa de vacaciones donde cualquier goce no sólo es posible sino legítimo. El individuo con un Superyó debilitado por la complaciente educación carece de los suficientes mecanismos de sublimación con lo que queda atrapado entre su albedrio y ese límite que solo está en la realidad pero que carece de franquicias en su interior.
Es por eso que la gente parece más mala ahora que cuando entonces Woody Allen era joven, no es que ahora seamos más agresivos, es que carecemos de ese colchón de seguridad que era el Superyó, lo imaginario y la represión. Confrontados con la realidad de que cualquier goce es admisible el ser humano postmoderno cae preso en la trampa que los movimientos de liberación que sucesivamente han socavado esa vulnerable instancia que hace que el hombre se controle a si mismo.
Por eso paracemos más malos pero lo que estamos en realidad es más confundidos, alienados y desesperados pidiendo a gritos que alguien se haga cargo de nuestra vida.
Y corremos el riesgo de que cada vez más el Estado intervenga en nuestra vida, de momento no nos dejan fumar más que en en la calle.

1 comentario:

Cristina Trullà dijo...

Pues imagínate cómo será la cosa cuando ni tú, ni yo, ni Woody Allen ni nuestro Superyó ya no estemos en este mundo..

Editoriales

Mito, narrativa y salud mental