Ayer dia 25 de Abril se presentó en Castellón, el yultimo poemario de Rosa Maria Vilarroig titulado: "Sine qua non: poemas astrologicos" donde la autora escarba en la mitologia y el lenguaje poético como una herramienta para unir micro y macrocosmos, personalidad y destino. Un libro muy recomendable editado por Huerga y Fierro.
El prólogo está escrito por mi y lo comparto con todos vosotros. Es éste:
¿QUIÉN CREE EN LOS HORÓSCOPOS?
A mí con los horóscopos me pasa lo mismo que a usted: no me los creo pero los leo al menos una vez a la semana por si acaso me estoy perdiendo algo. Y no crea que usted y yo somos bichos raros porque la mayor parte de la gente lo hace y se queda con cierta incertidumbre si su signo está mal aspectado y se encuentra como una noticia como ésta:
“Tenga cuidado, y vigile su emotividad, esta semana es nefasta para usted si se deja guiar por su impulsividad, no discuta con sus jefes ni con su pareja y no tome decisiones que sean irreversibles. Mal momento para los viajes”.
A pesar de no creer en la astrología no conozco a nadie que no se sintiera perturbado por un pronóstico así: muchos los leen a escondidas y se olvidan inmediatamente de las predicciones pero todas las personas que conozco, todos, conocen su signo del zodíaco, algunos saben incluso su ascendente. Como curiosidad diré que no todas las persona conocen su grupo sanguíneo lo que nos habla del secreto interés por los signos del zodíaco. Además una pequeña minoría ha tenido acceso a que alguien les realice una carta astral; el resultado suele ser siempre el mismo: “me lo han acertado todo”. Claro, ellos creen que la carta astral es como una fotografía de su carácter, de su personalidad; nada más alejado de eso, pero no conozco a nadie que no esté de acuerdo con ese retrato astrológico, incluso yo mismo me siento muy identificado con todo lo que han interpretado de mi personalidad astrólogos expertos.
Claro que este descreer creyendo no sólo nos pasa con la astrología, también nos sucede con la muerte, ¿quién cree en su propia muerte? Nadie que yo sepa, aunque eso si todos sabemos que nos moriremos algún día, afortunadamente lejano, no hay que preocuparse pues demasiado: la muerte y la vejez son la misma cosa según esta manera de pensar. Y a los niños les pasa también con los reyes magos, no creen pero siguen creyendo y escribiéndoles cartas con sus juguetes preferidos animados por la descreencia de sus padres y abuelos. Esto de creer descreyendo es al parecer bastante frecuente, es algo que en psicoanálisis conocemos con el nombre de denegación, sabemos que ese algo está allí (existe o es real) pero nosotros nos comportamos como si no existiera o bien al contrario.
Se trata de un mecanismo vital para la supervivencia, ahora estamos en la creencia y ahora ya no estamos, una especie de magia que ahora nos convierte en creyentes y mañana nos apea de tal confrontación. Así funcionan todas las creencias, unas veces se está en ellas y al minuto siguiente uno ya no está, “nada por aquí, nada por allá” como en un juego de prestidigitación.
La razón por la que miramos nuestro horóscopo es por la necesidad de despejar la incertidumbre de la vida; no miramos el horóscopo para saber cómo somos –algo que ya sabemos– sino que lo miramos para saber hacia dónde vamos. El interés por nuestro horóscopo está relacionado con el hecho de poder predecir qué va a ser de nosotros, lo que nos interesa es nuestro futuro, nuestro destino, porque todos estamos persuadidos –en el fondo– de que el destino existe y es por eso, porque el destino existe que tenemos un destino, lo cual es al menos tranquilizador. Y lo lógico es que si el destino existe es porque se encuentra en alguna parte, en las estrellas quizá.
El interés por el destino nació –fue un invento– de los egipcios y coincidió con tres grandes hitos en la historia de la humanidad: el nacimiento de la agricultura, el nacimiento de la pertenencia o filiación y la preocupación por el futuro. En realidad el tiempo, hacia delante – futuro– y hacia atrás –pertenencia– son aspectos del nacimiento del pensamiento mítico que es uno de esos big bangs de la conciencia humana que vinieron a sustituir al pensamiento caducado de la era anterior, en este caso el pensamiento mágico de la conciencia humana.
El pensamiento mágico o tifónico no se preocupaba en absoluto del mañana y mucho menos del pasado, vivía al día, en el aquí y ahora, tampoco había una separación clara entre mente y cuerpo; para el hombre tifónico – preolímpico – entre el cuerpo y la mente no había separación, el hombre tifónico era un ser atemporal, él descubrió la muerte y la ausencia, la pérdida y la aflicción. El hombre tifónico inventó la melancolía como esa forma de retener en el recuerdo a nuestros seres queridos y la “ley del talión” para corresponder a las ofensas de nuestros enemigos. El Logos y la ley del padre aun no se habían inventado y nuestro hombre vivía de los favores de una lejana diosa de la fertilidad que sólo conseguía aplacarse con sacrificios humanos.
Pero esa domesticación de la naturaleza –y a su vez un don de la diosa madre– que llamamos agricultura vino a imponer al hombre un nuevo ritmo dependiente de los ciclos lunares y solares a fin de predecir las cosechas. No es de extrañar pues que la astrología naciera simultáneamente con la agricultura y la necesidad de predecir cómo iban a desarrollarse estos ciclos en relación con el interés de las colectividades que dependían de ella. La astrología y el oráculo nacieron después de que el hombre inventara el futuro y se interesara por el devenir.
Astrología y pensamiento mítico aparecieron simultáneamente en la conciencia humana, una es una técnica de predicción – la astrología– y el otro es un modo de pensar, un modo de pensar que tiene que ver con la narrativa individual, con el pasado y la continuidad, con la estirpe y la filiación, pasado, presente y futuro del héroe que se articulan en un nudo que permite saberse él mismo a pesar de haber cambiado, saberse el rastro de una biografía, como la huella del oso, sin ser el oso. El hombre quedó otra vez alienado por su necesidad de continuidad y los desgarros y accidentes se sucedieron en relación con esa ruptura continua de la experiencia. Por eso el hombre precisó contar, narrar su peripecia y por eso el mito –que se desarrolló mucho antes de que existieran registros escritos– posee una estructura fantástica y proteiforme alusiva al sujeto humano, siempre conserva su esencia de cuento, de narración que tiene que ver con las peripecias de alguien y también con su rastro pedagógico, con su pretensión cognitiva, articuladas usualmente con las andanzas siempre trágicas que se encuentran en la esencia de lo humano. El mito es pues un saber, una señalización como esos letreros que aparecen en las autovías y que nos señalan el número de muertos que llevamos desde principios de año, un conocimiento siniestro, precisamente por eso cotidiano, familiar, casi doméstico.
Como sucede en la época actual: Internet es una tecnología que ha nacido en el cénit del pensamiento egoico (racional) que se caracteriza precisamente por el individualismo y la alienación del cuerpo pero existe una traza que conecta Internet con nuestra forma de pensar, con esa forma que llamamos virtual o hiperreal: todos sabemos que nuestros ciberamigos no están presentes en la realidad pero mantenemos con ellos conversaciones “on-line” reales y sentimientos y emociones de verdad; existe, pues, una perfecta armonía entre la forma de pensar y la tecnología que lo permite.
El mito es una narración transhistórica e Internet es una tecnología transfenomenológica, un camino o guía que nos indica no tanto el cómo o el por qué de las cosas, sino hacia dónde y de dónde venimos; Internet, por el contrario nos permite ir donde queramos y estar –de hecho- en varios sitios a la vez.. El mito no es una explicación a pesar de que se explica a sí mismo ni sirve para explicar otra cosa más que el hecho de ser perturbadoramente explicativo.
Al mito le pasa lo mismo que a nuestros sueños, un resto de nuestra época tifónica: que no significan nada y a la vez lo significan todo, puesto que ambos se encuentran en ese territorio que llamamos indeterminación.
La indeterminación tiene que ver con la ausencia de una relación cerrada y causal entre un significante y un significado. Sueños, mitos y por tanto informes astrológicos se mueven en ese espacio que llamamos “vacío de significación”. Desde hace poco tiempo sabemos gracias a Chomsky que el lenguaje es innato. No debe interpretarse de esta afirmación que cuando el niño viene al mundo ya viene “sabiendo hablar” un idioma. Significa que el niño cuando viene a nuestro mundo de hoy arriba con una facilitación para hablar cualquier idioma, puesto que ya nace con una matriz generativa de palabras y sintaxis. Como casi las 5000 lenguas que existen en el mundo, todas, tienen un nivel parecido de complejidad sintáctica, el neonato está capacitado para hablar cualquier idioma siempre y cuando se le estimule para hacerlo.
Pero el vacío de significación no debe entenderse como la ausencia de todo significado sino por su contrario: cualquier significado puede ser válido pues la condición del despliegue de la significación es que exista un significante vacío. Precisamente la cadena del lenguaje es capaz de desplegarse porque alguien pone el significado en contacto con el significante, por eso somos capaces de hablar y por eso somos capaces de pensar, procesos ambos que coemergen simultáneamente en la conciencia humana. Siempre existe alguien que ejerce de guardián y depositario de los significados -usualmente la madre- en el nivel individual o el mito en el nivel colectivo. Y ahora es el momento de introducir el concepto de símbolo.
Un símbolo es un signo que representa otra cosa en su ausencia. Si nosotros vamos por la selva y nos encontramos frente a frente con un oso, ese oso no precisa representación mas que de una conducta refleja, un cortocircuito, algo preconceptual: una conducta promotora de terror, luchar o huir. Pero si en lugar del oso nos encontramos con su huella, no hace falta ponerse a buscar refugio porque la huella no es el oso, sino su representación. Dicho de otra manera, la huella del oso es un símbolo –representa en su ausencia y evoca– al oso, pero no es el oso en sí. Cuando el hombre descubrió en época tifónica que podía representar tanto al oso como su huella en las paredes de sus cuevas inventó de una tacada el símbolo, el arte y la religión, un invento que le permitió atrapar la naturaleza, domesticarla, al tiempo que se ahorraba falsas alarmas de estrés pero que también le alienaba con respecto a la realidad real del oso. A partir de ese momento el hombre tuvo que inventar nuevos procesos cerebrales que le permitieran discriminar la realidad de la ficción, el oso de su representación. El símbolo permitió al hombre exorcizar el peligro de lo real, al poder representar la ausencia de algo, su falta, pero también le alejó de la naturaleza de la “cosa en si” kantiana, del fenómeno.
El pensamiento mítico vino a instalarse sobre el pensamiento tifónico, como siempre ha sucedido en la evolución, las viejas estructuras se mantienen mientras que de ellas emergen las nuevas que permiten al hombre desarrollar otros intereses y habilidades al tiempo que se separan y se rompen amarras con las anteriores sabiendo que el peligro del oso sigue estando presente, algo que se consigue precisamente con la denegación, “el oso existe pero yo vivo como si no me importara”. Este es el adelanto que creer descreyendo propició en la conciencia humana esta especie de disociación entre la realidad y su representación.
Los astrólogos ingenuos siguen creyendo hoy que en las estrellas se encuentra “escrito” el destino de una persona en función de la posición de los astros en el momento de su nacimiento. Otros, más sofisticados se muestran partidarios de la máxima esotérica analógica –mágico-tifónica– “lo que está arriba es igual que lo que está abajo” y que viene a decir de acuerdo con la teoría de la sincronicidad jungiana, que lo que sucede a nivel cósmico es lo mismo que sucede a nivel celular y lo que sucede a nivel planetario se corresponde con el individuo que se encuentra bajo la influencia de una constelación determinada. Personalmente conozco los parecidos que hay entre las galaxias y las células pero nunca he entendido ni aceptado esta “ley de la sincronicidad”, algo que me ha dejado huérfano de referentes teóricos para entender la evidente relación que existe entre los mitos que sustentan las posiciones astrológicas con la vida individual de los sujetos.
Mi signo es Sagitario, un signo de fuego, mi ascendente es Leo, otro signo de fuego. Han sido varios los amigos que me han hecho una carta astral y han sido muchos los que han coincidido sin conocerme apenas en las características de mi personalidad, pocos los que me han hablado de mi destino, aunque bien visto y tal y como decía Heráclito “en el hombre su carácter es igual a su destino”. Abrumado por estas coincidencias significativas me decidí a estudiar el fondo mítico que anida en los signos del Zodíaco a partir de los textos de Liz Greene pero cuyas formas fueron establecidas por los astrólogos originales dándoles arbitrariamente un nombre relacionado con aquella forma, así Sagitario se llama de esta manera porque tiene forma de arquero, puede verse en el cielo la tal constelación en una forma que recuerda vagamente a un arquero que sostiene un arco y sus flechas, de ahí la analogía formal que ha llegado hasta nuestros días.
Esta es la esencia de mi signo Sagitario según Rosa Maria Vilarroig:
Un rescoldo, una brasa de sangre resistente
vive bajo el escorzo de la llama,
destinada prende hacia lo alto,
mudable viajera de espacios
desoídos, tilo o caza,
cerrazón donde la verdad permanece
amurallada.
Sin embargo lo importante no es la forma de la constelación sino su fondo mítico por el que mereció tal nombre. Me refiero al mito de Quirón.
Quirón era un centauro, mitad hombre, mitad equino que habitaba el monte Pelión, un lugar donde los aqueos situaban a una horda de salvajes con los que guerreaban continuamente. Construyeron un héroe bueno –mitad sabio y mitad bestia– aliado de los aqueos en aquellas guerras y que era un híbrido, un equino sabio que era además un Dios, preceptor de dioses, médico de profesión y que sostenía un arco en sus manos pues se le representaba como aliado de los griegos en aquellas eternas guerras. Pero su oficio no era la guerra sino la medicina y sus secretos. Su tragedia era que había sido herido en una pata –su parte animal– por una flecha emponzoñada por el veneno de la Hidra, una herida que carecía de curación y que mantenía a Quirón postrado para toda la eternidad puesto que era inmortal. Desesperado por tal desgracia, Quirón pidió a Zeus (Júpiter) la muerte aunque sabía que Zeus no podía ceder a tal petición por lo que demandó ponerse en el lugar de Prometeo, un titán que se consumía atado a una roca en el Cáucaso mientras un águila –símbolo de la divinidad– le consumía el hígado de día mientras éste volvía a regenerarse por la noche en un tormento sin fin. Había sucedido que Zeus había castigado a Prometeo con esa tortura debido a su delito: Prometeo había robado el fuego de los propios dioses para llevárselo a los hombres, pero Zeus no estaba a buenas con esa nueva raza que Prometeo había creado y desconfiaba de ellos tratando de una forma u otra de acabar con esa estirpe humana.
En tu doble faz, claridad oscura de la herida,
daña o sana el cielo ardiente,
mitad hombre, mitad caballo,
impulso y voluntad redime con tus pócimas.
El veneno vomitado sobre tus caderas
interpreta constelaciones.
El final de esta historia puede ser múltiple pero importa poco. En la versión más conocida Zeus al final se apiada de Prometeo e instala a Quirón en el firmamento, un premio por su generosidad con que los dioses obsequiaban a sus favoritos. Pero lo que nos interesa de este mito no es su desenlace sino la constelación de significantes que plantea:
Como puede observarse en el mito existen tres historias entrelazadas en Sagitario: la del propio Quirón, la de Prometeo y la de Zeus o Júpiter. Significa que Sagitario no remite solamente a un significado sino a varios, en este caso al menos a tres: a Quirón, un médico mitad hombre y mitad caballo, es decir a un ser quimérico o imaginario que a su vez es un símbolo de una edad arcaica y que está herido de muerte siendo inmortal. ¿Puede existir un tormento más desgarrador? Este tormento sin fin aparece muchas veces en la mitología griega en otros contextos e incluso ha llegado a nuestros días en forma de adjetivo como el castigo sufrido por Tántalo o el de Sísifo.
Prometeo a su vez parece ser un alter ego de Quirón: a ambos les mueve el altruismo, uno es un médico que tiene en sus manos las artes mágicas de la curación, mientras que el otro es el creador de esa nueva raza que llamamos hombres y que se pone decididamente de su parte en la particular querella que hombres y dioses mantienen entre sí.
Zeus (Júpiter) a su vez no carece de compasión: movido precisamente por la generosidad de Quirón aplaca su cólera y su fogosidad y es capaz de perdonar a ambos. Zeus, el dios de dioses, el planeta más grande del sistema solar, es por primera vez en la historia del Olimpo un Dios altruista, generoso o compasivo. Justo, pero apresado por un pasado parricida, aterrador y sin embargo novísimo.
Has urdido un nuevo orden:
en la clarividencia del conflicto
se instala.
En tu poder: procedencia y ley.
Como puede deducirse de la historia anterior, no existe una comprensión directa del significado de un signo astrológico sino que es necesaria una hermenéutica, una interpretación que nos permita escudriñar dentro de cada persona y de cada mito añadido pues no existen reglas de causa-efecto, sólo podemos hablar de relaciones no lineales entre él, un carácter que remite a Sagitario de un destino Sagitario siguiendo la máxima heraclitiana, pues el pathos y el daimon son la misma cosa.
Una forma de representar estas curiosas relaciones que existen entre mitos, pasiones, personalidades o caracteres y tareas heroicas es pensarlo a través de un cuadrúpedo giratorio con dos circunferencias concéntricas, en la exterior se encontrarían los personajes del drama: Quirón, Prometeo, Zeus y su padre Cronos (Saturno) por ejemplo y en su interior se encontrarían rasgos o tareas concretas, como generosidad, creatividad, venganza o altruismo y preferencia por lo humano. De la combinación entre personajes y rasgos nos pueden ir apareciendo constelaciones de analogías entre posición de planetas y sensibilidades, siempre teniendo en cuenta que no existirá una correspondencia lineal entre unos y otro pero sí aproximativa. Tan aproximativa como es la realidad de las cosas, pues en la realidad nadie posee una personalidad cerrada sino que el carácter se forja en la continua interacción entre el individuo y su ambiente, mientras que el rasgo que se mantiene es aquel en que se encuentra fundada la personalidad. La personalidad está llena de constantes paradojas, pero la misión de la astrología no es fundar una nueva caracterología sino explorar las distintas significaciones que surgen de un fondo común a toda la humanidad, su suelo mítico o como diría Jung sus arquetipos, esos símbolos colectivos que representan tanto al uno como su contrario.
He utilizado adrede la palabra “fundación” porque toda personalidad se encuentra construida sobre un mito fundacional que no está escrito en parte alguna sino escenificado por el deseo inconsciente de los padres. Este mito se refuerza cuando se muestra eficaz para dar cuenta de los problemas y calamidades de la vida y el individuo común se identifica con él cuando ha logrado establecer aquel rasgo como soporte genérico de su narrativa, lo que cree es su esencia, su continuidad mítica a través del tiempo. Más que ser de una determinada forma nos acoplamos al mito fundacional y mucho más si resultó útil para sobrevivir a determinados entornos o bien si propició alguna ventaja; cuando no es útil o no existió el individuo simplemente no sabe quién es y trata de averiguarlo en relación con otros, en relación con espejos imaginarios que le muestren su identidad, quién es o cual es su destino, la misma pregunta.
El sol te configura mas el diablo acecha con sus espinas
y rebeldías. ¡Hacia la cima con tu herida de razón!
para hundir el jazmín
en el álamo más alto de libertad.
Todo individuo situado en un plano racional (egoico) de pensamiento en teoría debe saber quién es, pues todo pensamiento egoico tiene un suelo de pensamiento mítico, pero esto no sucede en la realidad puesto que la evolución del pensamiento, como la evolución natural no es homogénea ni simultánea sino que va avanzando de forma catastrófica, no gradual. Siempre hay algunos que se adelantan a otros y que son las señalizaciones de hacia dónde se dirige la evolución, el resto son los rezagados.
Y no cabe duda que en la época actual egoica (racional) estos adelantados han sido los poetas (los artistas en general), que han tenido que componer su tarea en un mundo difícil por el aspecto operativo, materialista, rígido, orientado a los logros, hacia la eficacia y hacia el éxito de cualquier tarea o empresa. Los poetas son los únicos que han quedado frente a frente con los significantes originales y los que nos recuerdan cuando pueden y a través de esa tarea de ser garantes de los significados que el mundo es como es porque estamos apresados por el lenguaje, habitados por él y que la poesía como los mitos, como los sueños, como el arte o la astrología no significan nada y que de ahí su belleza potencial porque lo significan todo. Su poder de penetración procede del hecho de ser significantes vacíos, de ser símbolos.
Y de ahí su interés para el hombre que viene: “el hombre centauro”, ese que habrá logrado sintetizar su consciente y su inconsciente, su Yo y su sombra y que ascenderá –algunos ya lo han hecho– un peldaño más en la evolución señalando a los demás el camino de trascendencia, ese camino de transhumanización del que hablaba Huxley y que bautizó como la llegada del hombre cósmico.
Arquero de piedra y sol,
en tu firmeza desposas el azul con el fuego.
Está escrito en el universo. La tierra encinta conduce
hacia el último enigma del invierno.
© Francisco Traver Torras