martes, 1 de enero de 2008

Sexo sin cópula

Estamos tan acostumbrados a identificar sexo y cópula que nos olvidamos de que el sexo copulatorio es una estrategia más –pero no la única- de las que la reproducción sexual ha desplegado para llevar a cabo su "propósito" de diversificación de posibilidades génicas, pero que no es ni siquiera la más eficaz en términos de numero de descendientes, algo que las abejas y en general los insectos sociales pueden perfectamente testimoniar.

Copular es - efectivamente- un engorro, la naturaleza ha tenido que inventar no sólo poderosos rituales de apareamiento y reglas para que se produzca pero además tuvo -antes de todo- que construir dos sexos portadores de gametos distintos a los que se accede de una forma antianatómica, cuando no penosa o dolorosa.

Penetrar a una hembra por muy dispuesta que esté es en algunas especies una tarea que necesita cierta supervisión si no queremos que las arremetidas del macho dejen a la hembra malparada, así sucede con los caballos donde hasta ha sido necesario crear una profesión - la de mamporrero - para ayudar en el coito al potro joven entusiasta pero poco hábil. Lo cierto es que en algunas especies el acceso a la hembra es tan complicado que uno llega a preguntarse por qué la evolución optó por tan magna tarea en la reproducción y no se contentó con universalizar la estrategia de la sepia que pone sus huevos en el agua y es allí en el agua donde resultan fecundados o por la más inteligente del escorpión que en un ambiente menos conductor que el agua, en la arena del desierto compone un pequeño charco y allí eyacula para que más tarde la hembra ponga sus huevos en el lugar adecuado. O la estrategia de las ranas que ni siquiera tienen pene y se limitan a fecundar los huevos que las hembras depositan en el lomo del macho siendo allí fecundados.

La cópula, por el contrario, es un acto intrusivo, teñido muchas veces de tensión y dramatismo y donde el placer no se reparte equitativamente (algunas hembras ni siquera tienen orgasmo), siendo a veces tan fugitivo y breve que es licito preguntarse el para qué se inventó la cópula y qué ventajas supuso en la evolución de determinadas especies si es que supuso alguna.

Lo que nos lleva a una breve disquisición sobre la selección natural: no siempre una determinada actividad debe ser evolutivamente adaptativa para que demuestre su potencial valor selectivo, a veces una determinada conducta no es sino el resultado de una maladaptación que se transmite por los mismos canales que las buenas adaptaciones, en otras ocasiones la conducta o rasgo estudiado puede ser absolutamente neutral desde el punto de vista de la selección natural.

Es el caso de la cópula. En realidad lo que es beneficioso en términos evolutivos es la propia reproducción sexual y no el método elegido en las distintas especies para la ejecución práctica de la misma. Los reptiles iniciaron esa estrategia que llamamos cópula y posteriormente nos la transmitieron a los mamíferos y a las aves, aunque ellos se mantuvieron fieles a su estrategia ponedora de huevos que reduce las cargas del maternaje al embarazo. La evolución es un proceso azaroso e irreversible, en el sentido de que no puede operar hacia atrás. Por ser azaroso ensayó una estrategia en Australia y otra muy diferente en Africa, una estrategia animal y otra vegetal, una protozoaria y otra multicelular, una reproducción asexual donde el individuo se replica entero y otra sexual donde lo hace sólo de mitad en mitad, diversificando sus estrategias como el jugador de bolsa diversifica sus inversiones y no arriesga su patrimonio a un solo valor, una conducta que sería de muy elevado riesgo para el inversor.

Por ser irreversible no podemos esperar que la evolución modifique pautas filogenéticamente más antiguas, sino que las recorra en la ontogénesis, las recapitule en cada individuo y las mejore poco a poco en tiempo evolutivo. Por eso los seres humanos estamos condenados a copular a no ser que inventemos otra manera - algo que ya empieza a vislumbrarse - de reproducirnos.

Pero por ser un mono tan inteligente el ser humano ha logrado disociar el amor y el sexo de tal manera que podemos relacionarnos sexualmente con alguien sin amor y más recientemente sin compromisos reproductivos, una disociación de la que pueden beneficiarse tanto hombres como mujeres aunque además de eso ya era posible disociar el género y la orientación sexual, es decir que un hombre se sienta atraido por otro hombre. Además de eso y gracias a su enorme capacidad simbólica el humano ha logrado también inventar el erotismo, algo que se añade en valor de goce a la reproducción y casi siempre a la cópula que incluso puede llegar a inhibirse.

Podríamos definir al erotismo como el sexo sin cópula, aquel que logra sortear el determinismo propio de la especie y va más allá del sexo reproductivo y a veces también del sexo copulatorio. No es mi intención en este punto del capitulo hacer una recapitulación del erotismo para el que remito al lector a la obra de G. Bataille, (El erotismo) pero si pretendo hacer notar que todo lo que ha venido en llamarse perversiones sexuales desde el siglo XIX hacia acá y que ahora se encuentra clasificado como parafilias en los sucesivos DSMs, son conductas sexuales ejecutivas sin cópula, es decir o bien se trata de eludir la copula en sí misma o bien esta cópula se produce con alguien sin posibilidad reproductiva. Así el sado-masoquismo, puede ser considerado como un ritual que escenifica la agresión sexual sin llegar a consumarla, el fetichismo un desplazamiento del objeto sexual hacia una parte que lo representa simbólicamente, la masturbación, - quizá la forma más frecuente de sexualidad sin cópula- un ritual destinado a dar cuenta por uno mismo de la necesaria autoestimulación que con intervención de otro pudiera resultar peligrosa o al menos incompatible con otras pulsiones puestas en juego en la fantasía inacabable de los seres humanos y así sucesivamente: el lector deberá incluir las perversiones de las que tenga noticia para acabar concluyendo que existen personas que optan por vivir una sexualidad sin cópula que si bien puede parecer como la emergencia de una conducta aberrante es en realidad una conducta selectiva, sometida a las mismas leyes causales que cualquier otra y que en mi opinión sólo nos resulta aberrante a partir de nuestra ignorancia de las leyes naturales y que puede llegar a ser tan maladaptativa o trivial como el sexo marital reglado.

Asimismo Stevens y Price (2000) han señalado que el sadomasoquismo puede explicarse mediante la fusión de dos programas genéticos (Stevens –jungiano- les llama arquetipos) distintos como el rango y el reproductivo, una yuxtaposición que podemos encontrar también en la pedofilia (Eibl-Eibesfeldt, 1990). Algunas personas sólo pueden excitarse a través de relaciones de dominancia o sumisión o mediante rituales que escenifiquen una puesta en escena de suspense. El miedo puede operar como una fuente de activación sexual o arousal, como parece demostrar el interés por las películas de terror, así como la fantasía inacabable de los humanos puede suponer una síntesis emocional o condensador cognitivo para dar cuenta de señales diversas procedentes de distintas agencias instintivas que puedan inhibirse entre sí, como sucede frecuentemente en los animales en cautividad o sometidos a infra o sobreestimulación. El denominador común de estas preferencias individuales es siempre: la predilección por una actividad que a la mayor parte de la gente del propio entorno social considera aversiva.

El fundamento evolutivo de que algunas personas elijan estas actividades preferentemente en lugar de la copula reglada, es que en realidad el sexo es algo distinto a la sexualidad, al menos en el hombre, en realidad el sexo es una pulsión autónoma que sin embargo se presenta siempre acompañada de otras pulsiones como la agresión, el miedo y sus derivados culturales o arcaicos: la fascinación (la duda entre huir o entregarse) y la reacción de fuga (para acabar siendo alcanzado/a por el perseguidor). La cópula está pues teñida de otros aspectos instintivos distintos a la propia intencionalidad de reproducirse al menos en el hombre, no puede extrañarnos pues que en algunas personas la copula de miedo, repugnancia o resulte agresiva o humillante y más allá de eso que la confrontación con individuos del sexo opuesto se halla teñida de temor, por no hablar de las prohibiciones culturales o religiosas que se han adherido a la sexualidad desde tiempos remotos y que le han añadido inevitablemente un tinte de transgresión contra lo sagrado, complicando un sencillo análisis evolutivo.

Si existen las parafilias es precisamente porque la sexualidad humana ha estado siempre –al menos- regulada, cuando no prohibida en todas y cada una de los distintos entornos culturales en que ha discurrido la convivencia humana, son además más frecuentes en el sexo masculino y tienen que ver con sus programas reproductivos cuando resultan inhibidos por otras pulsiones interpuestas, en realidad rituales que tratan de exorcizar el miedo a la cópula, bordeándola desde fuera. Así en el sado-masoquismo, una amenaza proyectada, es mediante un comportamiento ritualizado cuyo propósito es profundizar en la asimetría entre la pareja y exorcizar el miedo o en el fetichismo donde el objeto sexual es desplazado por representación hacia una parte cualquiera, a un objeto neutral relacionado por vecindad que logra cosificar la relación y por tanto convirtiéndola en algo inerte.

Y es natural que así sea. La agresión y la sexualidad se encuentran emparentadas en el coito, por razones de la propia mecánica sexual y de los rituales que la preceden y además por razones filosóficas profundas que no me comprometo a nombrar de una forma exhaustiva.

La sexualidad puede - subjetivamente - ser sentida como una pérdida, no sólo del propio genoma sino del deseo de inmortalidad que acompaña al individuo de principio a fin de su vida. La reproducción sexual se basa en una pérdida la mitad del genoma, que desaparece con la recombinación, a diferencia de las células asexuales como las cancerosas o las esporas que son inmortales. Por esta razón sexo y muerte se encuentran emparentados metafísicamente, además de que el lector hallará en otros artículos, sobre todo en aquel que examina la agresión las razones por las que la selección natural ha desarrollado paralelamente la agresión en compañía de la sexualidad, como un mecanismo más de adaptación al medio.

Para reproducirse es necesario competir, la reproducción es con frecuencia el premio por ser agresivo. Ser vencido es pues peor que no competir, dado que nadie puede saber cuales son las potencialidades del macho tímido que no pelea o alardea y se mantiene a la expectativa. Todo individuo se manifestará en relación con su programa cerebral de apareamiento, un programa que muchas veces aconseja esperar a adquirir determinadas destrezas en la pelea o un tamaño que por si mismo pueda resultar amenazante. En otras ocasiones asumir el riesgo de sufrir daños puede ser la estrategia mejor para quedarse con los bienes del macho dominante. En otras, la prudencia aconsejará esperar a que otro tome la iniciativa por sí mismo y quedar al acecho para el reparto del botín.

Apaciguar a un macho dominante puede parecerse mucho a una conducta homosexual y de hecho muchos machos de diversas especies lo hacen: la sumisión desactiva la agresividad "paranoide" de los machos dominantes tanto si es ejercida por una hembra u otro macho. En ocasiones, el macho dominante no tiene forma de conocer el sexo de su congénere, al que acabará reconociendo precisamente por su cualidad sumisa como una hembra, lo que inmediatamente desactivará su agresión (Lorenz 1971). En situaciones de cautividad o de escasez de hembras pueden verse conductas similares a las homosexuales, sobre todo en el nivel demostrativo que no terminan en coito sino que constituyen una especie de simulacro. Otras veces el vinculo amistoso entre dos machos puede reportarles a ambos beneficios en el rango social, una amistad que muchas veces podemos confundir con homosexualidad. Lorenz ha descrito en gansos amistades inseparables que intentan copular sin éxito, pero que aun así, tal imposibilidad no termina con la amistad previa e incluso tiene evolutivamente hablando algunas ventajas: una pareja-alianza de machos siempre prevalecerá sobre cualquier pareja heterosexual siempre y cuando no renuncien a reproducirse.

De manera que la pareja heterosexual tiene muchos inconvnientes por no hablar de que la copula es en si misma el peor de todos ellos: dos individuos copulando tienen mucho riesgo de morir si un depredador les detecta, como sucede en el sueño o en el ágora (a campo abierto). No es de extrañar que el Sapiens inventara otras formas de "divertirse" sin llegar a mayores.

3 comentarios:

Ana di Zacco dijo...

Es verdad que Bataille lo explica bien ahí, pero tú aún mejor, y más cosas además.

Paco Traver dijo...

Por que Bataille no sabia nada de la evolución ni habia oido hablar de los gansos de Lorenz, pero aun asi lo intuyó desde el otro lado.

Anónimo dijo...

Plantearse lo adaptativo de la cópula me recuerda a quienes, si pudieran alimentarse de píldoras con suficientes nutrientes, se ahorrarían preparar comida, ensuciar platos y fregar. ¿Prescindir del paladeo de los sentidos, del orgasmo tántrico, de la voluptuosidad en crudo? Pero desde luego es evidente que la disociación entre sexo y reproducción nos ha partido la evolución entre un antes y un después. Y en estos tiempos hay que añadir, además, la parafilia virtual, la cópula irreal de los avatares... ¿O habría que decir hiperreal? ¿Dónde está la frontera si lo pensamos bien? ¿Tendrá ese nuevo erotismo la capacidad de hacer estallar la mente junto con el cuerpo igual que el de este lado, o bien, por el contrario, los sentidos reales son imprescindibles para catapultarse a la inmortalidad? Hum, qué gran enigma.

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