lunes, 16 de julio de 2007

Objeto y sujeto


El gran problema de los seres hablantes es que andamos divididos, escindidos en dos partes, algo que entra en contradicción con nuestra mania unitaria, desear ser uno, como si en la unidad hubiera que predecir un glorioso consenso, un goce sobrenatural y asi es: fuimos dioses de pequeños cuando aun no habiamos sido atravesados por el lenguaje, después de eso fuimos dos, Yo y el otro y uno nunca sabe cuando el que habla, sueña, piensa o discute es el Yo o es el Otro, una intromisión intolerable que nos amarga la vida y de la que nos ocupamos a diario a fin de silenciar unas veces al Yo y otras veces al Otro a los que solemos confundir de tanto que nos hemos acostumbrado a pensar en clave unitaria.
Cuando hablo me divido, cuando escucho me multiplico, será por eso que unos eligen el hablar y otros el callar, pues solo somos sujetos cuando hablamos y solo somos objetos cuando escuchamos y aun más: cuando hablamos somos sujetos y objetos simultáneamente y debe ser por eso por lo que hablar tiene algo de siniestro y algunos de los que hablan parece que se escuchan a si mismos como pagados de lo que dicen. Hagan ustedes la prueba y un dia cuando estén hablando, mejor si lo hacen en público observen las caras de los escuchantes, hallarán en ellos esa expresión del hipnotizado, una extraña fascinación que a veces coincide con la somnolencia, podemos dormir a nuestra parroquia o galvanizarla con un discurso patriotico o engañarla como hacen los politicos, hay algo en la escucha que amortigüa la critica y el juicio y que hace al escuchante dependiente de la palabra del orador, mejor claro, si está dotado para la retórica y tiene tendencias demagógicas porque el escuchante va de pasivo necesario pues no se sabe dividido y esa es su debilidad.
Hay algunos oradores que se sienten muy mal cuando hablan en público y se refugian en una especie de aburrido monólogo sin matices que llega a cansar al respetable que acaba abandonando la sala, pero no es más que un malentendido, el orador no es aburrido o pesado sino un fóbico que teme que por la boca se le escape algo que le delate. Por eso tiende a ocurecer su discurso y a hacerlo monótono, trata de parar el movimiento de sus afectos y de detener el flujo de asociaciones que le vienen a uno cuando está hablando. ¿Qué es hablar? Pues hablar es como pensar pero hacia afuera, mientras el pensamiento es esa conversación que mantenemos con nosotros mismos, es decir con el otro que vive al otro lado, hablar -pensar en voz alta- es hacer público ese diálogo interior que por obsceno, temerario o deudor nos conviene inhibir. Hablar en público es correr el riesgo de que a uno se le acabe viendo el plumero, claro que el plumero está para verse y siempre será mejor tener plumero que carecer de él, como esos oyentes profesionales que acuden a todas las conferencias y que son colonizados por las palabras de el otro-otro y que sólo osan hablar con ese Otro cuando escriben en secreto. Pobres de ellos no saben que Yo es un Otro como decia Rimbaud y que de hecho todo se sabe, ese Otro sin duda sabe todo del Yo.
Y de usted.



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