lunes, 19 de febrero de 2007

¿Por qué respetamos el tabú del incesto?

El incesto es otro ejemplo de una conducta- en este caso una prohibición- universal que atraviesa a todas las culturas, lo que indica que en su preservación hay algo que va más allá del sesgo cultural: si no está determinada por la cultura debe existir en el patrimonio genético de toda la humanidad o al menos se trata de un aprendizaje fácil (prepared learning), como la fobia a las serpientes (Marks, 1991)
Los estudios sobre el incesto proceden de modelos antropológicos y de ellos procede nuestro conocimiento sobre la universalidad de su presencia. Sin embargo el incesto también se halla presente en el mundo animal, no se trata pues de un fenómeno tan sólo cultural, como sostienen algunos antropólogos sino biológico.
No todos los animales tienen la capacidad de reconocerse como individuos, y parece que solo en aquellas especies donde los individuos son capaces de reconocerse entre si se preserva la institución del incesto, al menos en lo que respecta al incesto madre-hijo y entre hermanos.

Es necesario que los animales se reconozcan
Generalmente los animales que se reconocen entre si lo hacen cuando tienen rasgos diferenciales en el rostro, cosa que sucede en aquellas especies donde el rostro ha alcanzado una cierta diferenciación. En las cebras por ejemplo el reconocimiento se hace a través de patrones del rayado y no parece que vaya más allá del tiempo en que permanece activada la impronta (imprinting): el necesario para que las crías reconozcan a la madre y no la pierdan de vista hasta que se hacen autónomas (hasta el próximo embarazo de la madre). Otras especies - las más comunes- se reconocen por el olor o por los sonidos que emiten. Reconocimiento y marcaje sexual son pues instintos que participan de algún modo simultáneamente en ambos propósitos: territorialidad y seguimiento. Existe pues, una relación entre el reconocimiento y el marcaje o balizado sexual, dicho de otra forma: el reconocimiento entre individuos pudo evolucionar desde la necesidad de marcaje sexual del territorio.
Sin embargo los cánidos parecen contradecir lo dicho anteriormente. El incesto es muy frecuente, lo que significa que en las especies donde el modelo de apareamiento sexual es promiscuo, el tabú del incesto no se respeta.
No obstante entre la impronta y el incesto pueden existir relaciones al menos en las especies con el cerebro más evolucionado.
Para explicar este fenómeno se han invocado varias explicaciones:
1.- La hipótesis de la familiaridad (Eibl-Eibensfeldt,1995). Crecer juntos puede fabricar una especie de aversión entre los sujetos que les impida aparearse.
2.- La hipótesis biológica: el incesto haría aflorar alelos recesivos que podrían resultar fatales desde el punto de vista genético cuando se dieran juntos en un mismo individuo.
3.- La hipótesis psicoanalítica: la prohibición del incesto se fundamenta en el crimen ritual de la horda que erige al asesinado como tótem y protector de la misma. De este parricidio surge el tabú del incesto, ambos pues, parricidio e incesto se hallan relacionados simbólicamente (Freud, 1912) y participan de la misma prohibición.
4.- La hipótesis económica. La exogamia favorece los vínculos extrafamiliares al tiempo que favorece el reparto del trabajo comunitario. La madre de un adolescente joven puede verse favorecida por la llegada al núcleo familiar de una hembra joven bien dispuesta para el trabajo. A cambio, ese mismo padre puede "perder" a una hija, porque sabe que tendrá el recambio de una nuera en otro lugar (Levy-Strauss, 1998).
Ninguna de estas explicaciones por si mismas ofrece argumentos irrefutables aunque todas poseen gotas de verdad o intuiciones interesantes que aportar. Las explicaciones biológicas parecen incontestables si no fuera porque la emergencia de esos alelos fatales tarda muchas generaciones, las suficientes para no ser conservadas en la memoria de tres generaciones ¿cómo saben esto los simios que respetan el tabú del incesto?.
La hipótesis familiar sirve para explicar la aversión entre hermanos, pero no explica el respeto del tabú de madre a hijo. Las hipótesis económicas son sugerentes pero no explican el tabú en los simios como tampoco lo hacen las explicaciones psicoanalíticas.

La paradoja biológica del incesto

Además existe una paradoja biológica: si mi hija tiene un 50% de mis propios genes tener un hijo con ella supondría la supervivencia en mi hija-nieta de un 75 % de mis propios genes Se trataría de un superhijo que se acercaría a mi genoma más que cualquier hijo que pudiera tener con otra hembra. Si pudiera engendrar otro hijo con mi hija-nieta su genoma y el mío coincidirían en un 87.5% y así sucesivamente hasta constituir una asíndota, una curva que nunca llegaría a ser yo (mi clon o 100% de mis genes) pero se acercaría bastante - desde el punto de vista genético- a lo que sucede en la reproducción asexual donde el individuo se replica entero.
Desde el punto de vista del egoísmo genético esta estrategia podría ser considerada como una estrategia válida y sin embargo sabemos que biológicamente hablando no lo es ¿Cuál es la razón de que no se trate de una estrategia evolutivamente estable?
Desde el punto de vista de Trivers una estrategia evolutivamente estable (EEE) es aquel rango de conductas cuya transgresión da pérdida en el contaje de puntuaciones evolutivas, aplicando un modelo de simulación del tipo que se encuentra en la teoría de los juegos (M. Smith 1988). Es evidente que el incesto o la endogamia repetida da lugar a la emergencia de genes inestables o letales en la población que la practica. ¿Pero como saben esto los individuos concretos?

Otra vez tenemos que volver a las ventajas que supuso la reproducción sexual en la diversificación de los genes y a suponer un automatismo programado o preformado (Mc Guire y Troisi, 1998) por la especie en la preservación de estas estrategias o a suponer algún tipo de aprendizaje ligado al "imprinting" o al apego (Bowlby, 1998) teorías ambas que no se encuentran en contradicción mutua (en realidad el apego es un imprinting evolucionado) pero nos quedan sin explicar las diferencias entre las conductas incestuosas entre padres y madres.
En nuestra especie el incesto de padre a hija sigue siendo aun hoy mucho más frecuente que el incesto de madre a hijo, siendo el incesto entre hermanos intermedio en frecuencia a ambos y similar al que puede darse entre parientes de segundo orden. El incesto de madre a hijo es pues muy raro en el hombre y en el mundo animal y además se halla protegido con un tabú o inhibición más potente que sus variantes, hasta el punto de que Freud llamaba al incesto entre madre-hijo el incesto verdadero. ¿Cuál es la razón de esta diferencia?
Es necesario volver al tema de la certeza. La certidumbre para una madre de que su hijo es su hijo es total, mientras que para el padre es aproximativa. La impronta - el reconocimiento- de la cría por su madre y de la madre por su cría es en algunas especies, vital para su supervivencia. En el ser humano este fenómeno ha sido sustituido por el apego (Bowlby, 1969), la emergencia de una emoción nueva que sustituiría al deletéreo "imprinting" y lo haría más complejo y persistente con arreglo a las necesidades de nursing y teaching de las crías humanas obligadas - debido a la estrechez del canal del parto derivada de la bipedestación- a una mayor dependencia de la madre y durante más tiempo que cualquier otra cría de cualquier otro animal precisa para su supervivencia. Dicho de una manera más clara, la prohibición del incesto de madre-hijo puede explicarse sociobiológicamente por el egoísmo genético que tiende a diversificar los genes individuales y a evitar combinaciones letales. Este aprendizaje puede estar programado por la especie como un automatismo o un aprendizaje ligado a la impronta que es reforzado por el apego y el largo tiempo de crianza y cuidados que precisa el bebé humano. En este sentido las mujeres podrían tener una mayor cantidad de controles que operarían como aversivos y disuasorios en el apareamiento con sus hijos. Los hombres carecen de este mecanismo innato (aunque no de la capacidad de apego que les protegería del apareamiento con su propia madre) por lo que es de prever que el incesto entre padre-hija sea más probable y mucho más probable entre padre e hija adoptivos (Thornhill 1992) y que resulte sólo penalizado en el cerebro individual por controles sociales o jurídicos. El hombre precisa pues de un mayor aprendizaje social a este respecto dado que su egoísmo genético puede operar a favor de la consumación del incesto con sus propias hijas a fin de preservar una mayor cantidad de sus propios genes.

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