sábado, 21 de abril de 2007

Edipo y Parsifal: en busca del principio masculino

Probablemente el mito de Edipo sea el más conocido de la mitología griega y parte de esa fama se deba a que Freud le tomó como piedra angular de su teoría de la líbido. Para Freud, el niño pasaba por una fase que llamó "complejo de Edipo" donde real y fácticamente deseaba poseer a su madre y albergaba deseos de asesinar a su padre, razón por la que se sentía en peligro de castración. Es decir, el niño desarrollaba en esta etapa un miedo-deseo de ser como el padre para poder así poseer a la madre, un miedo-deseo que implicaba fuertes componentes de agresión y sexuales, que se saldaba con la identificación con el padre y la renuncia a la madre. En realidad, mi primera crítica a esta idea está relacionada con una lectura inexacta del mito: lo que sucede en el mito de Edipo nada tiene que ver con lo que Freud especula. En primer lugar, es Layo, el padre de Edipo, el que se deshace de su hijo cuando es advertido por el oráculo con la predicción de que su hijo le dará muerte. En segundo lugar, Edipo, alcanzada la madurez, abandona la casa de sus padres adoptivos y asesina en un cruce de caminos a Layo, sin saber que está dando muerte a su padre verdadero al que sigue sin conocer. En tercer lugar, cuando entra triunfante en Tebas después de haber dado muerte a la Esfinge y se casa con Yocasta, no sabe que es su madre. Cuesta entender por qué Freud utilizó el mito de Edipo para ilustrar lo que según él acaecía en el interior de un infante desde los 4 a los 8 años. Más relevante o comprensible me parece si hubiera echado mano del mito de Cronos y Zeus: efectivamente en este mito es Zeus el hijo el que da muerte y castra a su padre Cronos con la ayuda de su madre Rea. Creo que esta historia se ajusta mejor a la intención de Freud de dar a entender que los niños pasan por una fase donde se dan cita en ellos este tipo de anhelos y afectos divididos.

El mito de Edipo señala en una primera lectura en otra dirección un poco más sutil: en primer lugar Edipo es un huérfano que ha sido abandonado a su suerte por su padre –temeroso de que le asesine según la predicción del oráculo– y que se educa en casa de Pólibo creyendo que es hijo suyo en unas versiones, y a sabiendas de que no es su padre verdadero en otras. Sin embargo, lo cierto es que Edipo al llegar a la adolescencia, como todos los héroes griegos, parte en busca de aventuras. Esta salida del hogar es interpretada por autores diversos como una búsqueda del principio paterno. Del mismo modo Parsifal, que sabe que es huérfano de padre y vive con su madre, también parte en busca del Grial en un periplo similar. Lo hace Teseo, y Perseo, Heraclés y Orestes, Jasón y Ulises, el héroe siempre sale, vuelve, da vueltas perdido, combate monstruos, acaba con una plaga o pone fin a una maldición; su misión es siempre la redención de algo que ha sido maldito por el pecado de alguien anterior. Los héroes del mito o de la leyenda parten siempre abandonando a sus madres, hermanas o padres adoptivos en busca de algo que al parecer no pueden encontrar permaneciendo en su hogar, pero añaden una novedad respecto a las aventuras de sus predecesores: en estos dos casos (Edipo o Parsifal) no hay aventuras bélicas, ni lucha contra el monstruo a brazo partido, ni fuerza bruta como método para enfrentarse a la desgracia, sino preguntas, conocimiento y sabiduría. Así, la Esfinge sólo puede ser vencida si el héroe resuelve los dilemas que le plantea y Parsifal sólo podrá acceder al Grial si hace la pregunta correcta al anciano guardián del castillo.


Al librar Edipo del monstruo a los tebanos, éstos le demostraron su favor y es cuando Edipo desposa a Yocasta, la viuda de Layo, al que el propio Edipo ha dado muerte en un enfrentamiento anterior a su encuentro con la Esfinge. Con Yocasta tiene una hija famosa: Antígona, una heroína a la que Sófocles eternizó en una de sus tragedias. Sucede entonces que se declara una peste en Tebas y, consultados los oráculos, predicen que la peste no cesará hasta que se encuentre al asesino de Layo. Edipo interroga al sabio Tiresias después de lanzar una maldición sobre su asesino (sin saber que está derramando su maldición sobre su propia cabeza). Tiresias, que por su condición de "ver más allá y más profundamente" conoce todo el drama, aunque trata de disimular sus conocimientos no puede evitar que Edipo comience a relacionar la manera en que murió Layo con su propio incidente en el camino. Comienza dudando sobre si él será el responsable del crimen, pero poco a poco van apareciendo las pruebas de que no es hijo de Pólibo sino de Layo. Edipo es culpable del parricidio y del incesto con Yocasta y, una vez desvelada la verdad, ella se precipita desde una almena de su palacio y él se perfora los ojos con una aguja quedando ciego.


Después Edipo es desterrado de la ciudad y comienza una existencia errante. Lo acompaña Antígona, su hija, porque sus otros hijos – Eteocles y Polinices– no han intervenido en su favor y él les ha maldecido. En este errar llega hasta el Atica, donde permanecerá hasta la muerte gozando de la bendición de los dioses.

El mito de Edipo parece orientarse y señalar más bien a un tipo de conocimiento que se inicia con dudas pero que puede alcanzarse plenamente a través de la razón; al fin y al cabo Edipo llega a la conclusión acertada aún a sabiendas de que no es lo más conveniente para él. Una vez alcanzado ese conocimiento que es la verdad histórica, los ojos ya no sirven para contemplar la realidad, más bien son un obstáculo para la visión interior: quedarse ciego no es sólo el castigo por haber pecado o transgredido una ley divina sino también un recurso para resaltar la visión interior y buscar dentro, a través de la introspección, lo que no se halló fuera. El otro ciego conocido de la mitología, Tiresias, había sido cegado por contemplar desnuda a la diosa Atenea –una transgresión intolerable en la mentalidad griega– , pero esta ceguera, más que un problema, parece que se encuentra en la base de sus habilidades adivinatorias. También en el caso de Tiresias parece que el haber sido mujer y hombre en dos secuencias de su vida añade a su conocimiento de la naturaleza humana una cualidad esencial.


En realidad el mito de Edipo alumbra la búsqueda del padre o, más bien, del principio paterno que, una vez descubierto, es para contemplar que en él se perpetró (como resultado simétrico de un crimen anterior) un asesinato ritual, el crimen sobre el que se funda precisamente la individualidad, pues algo viejo debe morir para que algo nuevo fructifique. Otra vez aparece el estribillo sacrificio-muerte-redención. Al mismo tiempo señala que en las familias existe una sustancia común, una herencia psíquica que sólo puede superarse a través de la transformación individual: la que realiza Edipo a través de su búsqueda de la verdad y la asunción de esta verdad como culpa de su estirpe.


Superar o vencer simbólicamente al padre es la tarea del héroe, pero, más que eso, la tarea del héroe es transformar a través de la visión interior en qué consistió la culpa de su linaje; en esta tarea el padre real carece de importancia porque Edipo y Parsifal están luchando contra el arquetipo paterno, algo que realizan precisamente por su condición de huérfanos: tanto Edipo como Pasifal carecen de la oportunidad de confrontarse con un padre real al que desconocen. Por otra parte, parece como si la presencia de las mujeres disminuyera o pusiera en peligro las aspiraciones masculinas del héroe; permanecer con la madre no es una opción para los héroes de la tragedia, que parecen estar diciendo que sin alejamiento de los arquetipos femeninos, aún siendo seguros y cómodos, no hay acceso a la masculinidad, algo que se encontraba en la mentalidad griega y que entronca con la prescripción saludable de las prácticas homosexuales en aquella sociedad y que en realidad tiene mucho que ver con la misoginia y el estatuto secundario de la mujer en la sociedad griega. Al mismo tiempo, parece señalar también que en esa tarea de alejamiento pueden cometerse muchos errores, y que el principio masculino, en cualquier caso, tarda mucho tiempo en encontrarse, no antes de la segunda mitad de la vida. Muchos son los obstáculos que se oponen a esa tarea; la primera es la imprudencia del joven que le hace susceptible a encontrarse con muchas oportunidades para perder la vida o arrebatársela a otros (recordemos el trágico encuentro en el camino entre Layo y Edipo o entre Parsifal y el caballero Rojo, dos muertos en realidad gratuitos que hablan de la impulsividad de la juventud, uno de los enemigos en la adquisición del conocimiento). Otro obstáculo es el sexo: ¿cómo acceder a un conocimiento abstracto de tal complejidad si se está disfrutando de los placeres de la carne? ¿Por qué Ulises no puede abandonar a Circe o a Nausicaa por sus propios medios? ¿Por qué no puede llevar a cabo su propósito de seguir camino hacia Itaca? Ulises tiene la suerte de contar con la ayuda inestimable de Hermes, quien le proporciona las claves para eludir los abrazos posesivos de estas diosas amantes. En el caso de Parsifal la tarea tendrá que ser acometida en dos ocasiones distintas: durante su juventud, y a pesar de haber llegado al castillo y haber reconocido al guardián del Grial, es incapaz de hacer la pregunta correcta; en la segunda ocasión, Parsifal opta por la castidad como método de no implicarse en lo humano, y es entonces y sólo entonces cuando consigue hacer la pregunta que desvela la ubicación del Grial.

Edipo y Parsifal sólo parecen encontrar lo que buscaban después de múltiples peripecias personales, sufrimientos y desgarros; al llegar a la ancianidad es cuando parecen recobrar la paz y son a la vez reconocidos sus méritos por los dioses, un mérito que tiene que ver con el hallazgo de algo por medio de la razón.


En definitiva, un ciego no es más que aquél que vio lo que todos han visto pero piensa al fin lo que nadie pensó.

No hay comentarios:

Editoriales

Mito, narrativa y salud mental